La infraestructura que fue hace más de veinte años el centro de salud de la vereda El Retiro, en Tuluá, ahora deteriorada por el tiempo y el paso del conflicto en las montañas vallecaucanas, se convirtió en el lienzo de un artista bogotano que plasmó la esperanza de paz y resiliencia de esta comunidad.
Por: Isabel López Obando / Tuluá
Las ruinas que dejó el conflicto armado son espacios que parecen detenidos en el tiempo, que evocan la violencia que pasó cruelmente por los territorios dejando grandes heridas en las comunidades, en las culturas, en lo que fue la vida campesina antes de que corriera el odio y le sevicia.>
Esas ruinas que, aunque ultrajadas, aún se sostienen, tienen semejanza con la fuerza de las comunidades que han resistido a la barbarie, al desamparo y al olvido; siguen firmes y reconstruyéndose, porque la vida continúa.
Hace
más de veinte años, la vereda El Retiro contaba con un centro de salud que
pretendía beneficiar a otras veredas cercanas como Guayabito, Naranjal,
Alejandría, entre otras, pero que fue abandonada antes de entrar en
funcionamiento a causa del desplazamiento forzado, y el tiempo se encargó de
deteriorarla.
Esta infraestructura fue por mucho tiempo el símbolo del olvido estatal, pero el arte y la comunidad lograron transformar esa sombra en luz, la que da reconocer la resiliencia de los habitantes del territorio. Esto se logró con el trabajo de Camilo Rodríguez, un artista joven de Bogotá que llegó a Tuluá a inicios del 2019 por un amigo que le invitó a conocer el territorio y el proyecto “Huerto del Bosque”, una finca agroecológica que está dando sus primeros pasos.
Camilo se describe como un “buscador de aventuras, receptor de emociones y emisario del arte”, quien llega a El Retiro en la alta montaña tulueña, un lugar habitado por familias campesinas que conservan en su memoria el paso de la violencia y el desamparo estatal, pero que en comunidad han sabido suplir necesidades básicas como el acueducto, y cuenta con una JAC (Junta de Acción Comunal) con la que coordinan proyectos autogestionados para el bienestar de todos. “Acá se hacen mingas para solucionar los problemas de la comunidad o ayudarle a algún vecino”, comenta uno de los habitantes del sector.
Es
así como al ver la voluntad de Camilo y otras personas de la finca Huerto del
bosque, el presidente de la JAC decide aprovechar esa oportunidad para
incentivar a las y los niños y jóvenes de la vereda a participar de los talleres
de artes que ofrecían estos artistas visitantes de la montaña, especialmente
Camilo que, en búsqueda de fortalecer su vocación, se integra más con la
comunidad y, entre enseñanzas y diálogos, se fue gestando la idea del mural y
el significado del mismo.
Jham
Poll Castaño es un joven de la vereda que participó de los talleres, y comenta
que “al ver el mural y el ave fénix que está pintado, es como si volviera a
renacer”, lo que le da fuerza y sentido a la frase “Floreciendo entre cenizas”,
que es el nombre que en conjunto le dieron al mural, resultado de varias
semanas de talleres “orientados a la participación, la creación y la
imaginación”, menciona el artista, y agrega que “el mural fue un tejido
colectivo… da la bienvenida a la vereda, y es lindo porque está ligado a la
historia y cargado de la energía del territorio”.
Los
niños y jóvenes desean que regresen los talleres porque “con los talleres se
benefician los niños, ya que no hay clases”, menciona Jham Poll. Y es que la
pandemia ha dejado a la comunidad infantil y juvenil de la zona sin acceso a la
educación y otros programas para la integración, y el mural les hace añorar
esos tiempos de creatividad y diálogo que despertó la fantasía y la esperanza
de que todo puede ser mejor.
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